El pasado viernes, 7 de febrero, Sor Luisa, Hija de la
Caridad de nuestra Residencia de Ancianos, veía cumplido su deseo, llegar a la
casa del Padre. Desde hacía tiempo Sor Luisa hablaba de la muerte con toda
naturalidad, mirándola de cara y entendiéndola como lo que es, una puerta que
nos da acceso a la Vida. Consciente de que lo importante se encuentra detrás de
la puerta (no en la puerta misma), Sor Luisa se fue preparando con unos
detalles exquisitos para este definitivo momento. Por eso, los que hemos tenido
la dicha de conocerle, especialmente sus Hermanas de Comunidad, intentamos
vivir este momento con la paz que ella lo ha vivido.
Sevillana de cuna y de carácter, Sor Luisa nació hace 94
años y desde hace 70 años estaba vinculada a la Compañía de las Hijas de la
Caridad. La mayor parte de su vida la pasó como educadora de niños y desde hace
34 años sirviendo a los ancianos en nuestra Residencia.
Desde la portería de la Residencia Sor Luisa acogía las
visitas a los residentes, atendía el teléfono, vigilaba que algún anciano no
saliese bien abrigado o despistado hacia la calle y recordaba todas esas cosas
que se olvidan por despiste. Ella decía: “acuérdese de …”. Su presencia era
rocosa, siempre estaba allí, dándose de la mejor manera que podía.
Prácticamente desde que se inauguró la Residencia de Onda, Sor Luisa fue el
rostro y la voz de la casa. Además, el Señor le concedió el don de ser una
verdadera consejera, siempre dispuesta a escuchar y rápida para dar un consejo
práctico a la vez que cargado del sentido común. Por ello, la portería parecía
muchas veces un confesionario por el que hemos pasado todos.
Sor Luisa entendió toda su vida como una sucesión de
detalles que podían ser ofrecidos a Dios. La corrección en las actitudes, en
los gestos, en las palabras, en la vida espiritual y comunitaria, no eran sólo
fruto de una exigencia sino que la obediencia del voto era vivida como un signo
de fidelidad a Dios, al Padre que se fió de ella y la llamó a ser su hija
querida.
Sor Luisa, junto a las demás Hermanas, nos ha dejado un
regalo en nuestra Parroquia: la devoción a la Inmaculada de la Medalla
Milagrosa. Con simpatía recordamos como ella disfrutaba repartiendo los
calendarios de la Virgen el día de la fiesta. Algunas veces le decíamos: “Oye…
¡fíjate cuanta gente viene hoy a Misa sólo porque damos un calendario!” Y ella
respondía diciendo: “Da igual. Piense en
cuantas casas va a entrar la Virgen”.
Que con María nuestra Hermana pueda disfrutar en la gloria
de los santos. Mientras, nosotros, demos gracias al Señor por Sor Luisa. Oremos
por ella y por las Hermanas. Y roguemos al Padre, Dueño de la mies, que envíe
obreros –obreras- para la cosecha.
En nuestro recuerdo siempre estará Sor Luisa.
ResponEliminaHumilde, sencilla, agradecida, siempre dando las gracias por el mínimo detalle. Dicen que la vida se compone de pequeños detalles, que parece que no tienen importancia, pero que quedan en el recuerdo de las personas. Por ejemplo uno de los pequeños detalles que la caracterizaban, era dejar un par de chaquetas suyas en una silla de la portería para que no una, sino cualquiera de las trabajadoras que tuviésemos que salir fuera a la calle, fuésemos abrigadas. Aun hoy siguen sus dos chaquetas, que todas utilizamos alguna vez y nos hace elevar un "Gracias Sor Luisa".
Otro pequeño detalle, es que cualquiera que venga por la residencia por Navidad, vera todavía los adornos pintados por ella, con tanto cariño y buen gusto.
A pesar de los años, el Señor le conservo el conocimiento y al final siempre decía: yo tengo las maletas preparadas para el último viaje.
El amor hacia la virgen era tan incondicional que el último día de su vida dijo con los ojos cerrados: “ayúdame Madre", poniendo su confianza en María para que la acompañase en el encuentro con el padre.
Los empleados de la residencia siempre la tendremos en nuestros corazones.